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DON MANUEL Y LOS NIÑOSHistoria del Fondo Solidario
El Papa Juan Pablo II, en su exhortación Dominicae Coenae nº 6, afirmaba que el misterio eucarístico impulsa al amor a todos los hombres:
«El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte de por sí en escuela de amor activo al prójimo […] Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre […] Asimismo, debemos hacernos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria, a toda injusticia y ofensa, buscando el modo de repararlos de manera eficaz».
La adoración eucarística, al igual que ayuda a prolongar, a lo largo de la vida, las actitudes “eucarísticas” de alabanza, de acción de gracias, de intercesión, también nos hace copiar la actitud de entrega de Cristo; ciertamente su sacrificio es la mejor escuela de amor fraterno y de compromiso cristiano a favor de la justicia (cf. Aldazábal, La Eucaristía, CPL, 1999,360).
A este respecto san Manuel González, desde su experiencia eucarística, dice:
«Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y yo sé que andando por ese camino encontraré hambrientos de muchas clases y los hartaré de todo pan. Descubriré niños pobres y pobres niños y me sobrará el dinero y los auxilios para levantarles escuelas y refugios para remediarles sus pobrezas. Tropezaré con tristes sin consuelo, con ciegos, con tullidos y hasta con muertos del alma o del cuerpo y haré descender sobre ellos la alegría de la vida y de la salud» (Obras completas I, 120-121).
Como «Familia Eucarística Reparadora», se quiso acoger la llamada a la solidaridad con motivo de la beatificación de don Manuel, que tuvo lugar en Roma el 29 de abril de 2001.
La UNER preparó un obsequio al Papa Juan Pablo II de objetos sagrados, destinados a parroquias necesitadas. Dentro de un Sagrario, donado con este fin, una carta motivó que se concretara el deseo:
«Deseamos convertirnos, si nos lo permiten, en «madrinas» de la misión a la que vaya destinado este Sagrario, a la que trataremos de ayudar espiritual y materialmente según nuestras posibilidades».
Fue el punto de partida para que todos los grupos se sensibilizaran en esta acción.

¡Todo miembro UNER, solidario!
Quien ora ante el Sagrario, quien comulga, quien participa frecuentemente o incluso a diario del Sacrificio Eucarístico, experimenta el amor inmenso de Dios y se siente llamado a decírselo al hombre de hoy con palabras y obras.
Los miembros de la UNER, llamados a contemplar a Cristo Eucaristía, escuchando la voz del mundo y de la Iglesia, y sintiéndose responsables de los hermanos, especialmente de los más necesitados en los que se manifiesta también el abandono de Cristo, intentan aprender a descubrir en los rostros de los hermanos al mismo Dios y actuar en consecuencia.
Esto implica entrar conscientemente, con corazón abierto y mirada cargada de humanidad, en un proceso que nos lleve a:

Dejarnos interpelar por el hermano que sufre y movernos a la «compasión».
Sentirnos responsables de su historia, teniéndolo en cuenta.
Acompañarlo en el deseo de superación, sin paternalismo.
Abrir caminos construyendo tejido social, redes, puentes… Nada hacemos solos, sino que crece la solidaridad entre todos.
Así, experimentan que las «entrañas de solidaridad que tiene todo hombre, se despiertan, y son capaces de realizar en el nombre de Jesús y a su estilo «se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ciñó la toalla y se puso a lavarles los pies». (Jn 13,4-5)
De esta manera viven la vocación reparadora al insertarse en la obra redentora y liberadora de Cristo que por su Misterio Pascual, del que participan, ha querido restablecer la imagen de Dios impresa en el hombre y construir la civilización del amor.
Los Estatutos UNER dicen al respecto en el nº 15 j, al hablar del apostolado:
«Preocúpense de los más abandonados espiritual o materialmente: los ignorantes, pobres, débiles, los que sufren, los marginados, como identificados con Cristo pobre y abandonado, especialmente de los que padecen la pobreza mayor. No poseer a Jesucristo».
Y al hablar de los compromisos que se adquieren al formar parte de este movimiento, dicen en el nº 19 g :
«Dar testimonio de vida ejemplar, en todos los aspectos” y en el 19 h : “ colaborar en la acción socio-caritativa de la Iglesia, a fin de restablecer la fraternidad verdadera entre los hombres».
Recientemente al celebrar el primer centenario de fundación de la UNER el Sr. Obispo de Huelva, Don José Vilaplana, entre otras cosas nos invitaba y recordaba que: «Tenemos que ser hombres y mujeres de la Eucaristía y adorar con corazón sincero y entregarnos generosamente a los hermanos… El amor nos remite siempre a cuidarnos unos a otros».
El Papa Benedicto XVI en la Exhortación Sacramentum Caritatis, entre otras cosas recuerda:
«Los cristianos han procurado desde el principio compartir sus bienes (cf. Hch 4,32) y ayudar a los pobres (cf. Rm 15,26)» (nº 90).
«El misterio de la Eucaristía nos capacita e impulsa a un trabajo audaz en las estructuras de este mundo para llevarles aquel tipo de relaciones nuevas, que tiene su fuente inagotable en el don de Dios. La oración que repetimos en cada santa Misa: “Danos hoy nuestro pan de cada día”, nos obliga a hacer todo lo posible, en colaboración con las instituciones internacionales, estatales o privadas, para que cese o al menos disminuya en el mundo el escándalo del hambre y de la desnutrición que sufren tantos millones de personas, especialmente en los países en vías de desarrollo. El cristiano laico en particular, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir directamente su propia responsabilidad política y social. Para que pueda desempeñar adecuadamente sus cometidos hay que prepararlo mediante una educación concreta para la caridad y la justicia» (nº 91).

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